Aquella mañana Daniel no se paró en el kiosko de flores a comprar un ramo de gerberas. No pidió una mezcla de flores rojas y naranjas, pero esas no, aquellas, que tienen el centro rojo, que son más bonitas. Cuando la dependienta le pidió dieciséis con treinta no sacó un billete nuevo de veinte euros, de esos planos, recién salidos del banco, con una pequeña vidriera semitransparente desde la que asoma Europa. La dependienta no lo cogió asombrada -era el primero que veía- y no le comentó divertida que parecía un billete del Monopoly.
Laura no estaba aquella mañana mirando las varas de nardos que había en la cubeta al lado de las rosas y las gerberas. No escuchó el comentario y no se giró curiosa a ver el billete nuevo del que tanto había leido en prensa aquella semana. Como no se giró, no vio acercarse un Seat León azul y no reconoció al conductor que iba distraido aquella mañana, con la ventanilla bajada.
Juan no escuchó a nadie llamarlo cuando pasó junto al pequeño kiosko de flores de doña Manolita y no miró a ver quién lo llamaba. Laura no estaba saludándolo con la mano en alto y por eso no decidió aparcar allí mismo y bajar a saludarla. Tampoco vio, pegado en la parada del autobús, un anuncio ofreciendo empleo a jóvenes proactivos y con ganas de crecer laboralmente y no anotó el teléfono que había bajo la descripción del puesto de trabajo - empresa líder en su sector busca, por expansión del negocio, 5 jóvenes entusiastas que quieran crecer profesionalmente. No es necesaria experiencia. Ofrecemos formación y un sueldo fijo + incentivos, con posibilidad de ascender en el organigrama de la empresa-. Juan no apuntó el teléfono y, por supuesto, no llamó para concertar una entrevista ni decidió ir a comprar una camisa nueva para intentar impresionar a su interlocutor.
Aquella misma tarde no llegó a la dirección que no le habían indicado en la llamada ni se tropezó con una joven morena, con el pelo corto al estilo de Uma Thurman en Pulp Fiction y no le pisó fuertemente en el zapato rompiéndole las tiras que lo sujetaban a su tobillo. No se disculpó torpemente mientras ella intentaba quitarle importancia al asunto. Miriam, que así se llama la chica, no maldijo en voz baja su mala suerte después de haber sido rechazada en la entrevista y no anuló la cita que tenía ese día con el dentista porque tenía que ir urgentemente a comprarse unos zapatos nuevos.
El dentista no pudo cerrar ese día una hora antes porque ya no tenía más citas ese día y no pudo ir al cine a la sesión de las 8 ni se encontró a la salida a un antiguo compañero de clase con aspecto desaliñado que parecía esperar a alguien, fumando en la puerta de los cines. El dentista y Andrés no se saludaron efusivamente con la alegría de la nostalgia ni decidieron tomar unas cervezas mientras rememoraban las anécdotas de la infancia.
Andrés no se quedó en el bar cuando el dentista se marchó ni siguió bebiendo hasta comenzar a notar cómo sus sentidos comenzaban a flaquear. Ni salió de madrugada pensando que su vida era muy distinta a lo que había planeado durante sus sueños de juventud.
El día en el que Daniel decidió no comprar el ramo de flores, Andrés no cruzó la calle sin mirar.
2 Comentarios
No es genial,
ResponderEliminarno es ingenioso...
Sencillamente impresionante!
¡Gracias! ;)
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