Foto: Zoya Loonohod/Unsplash


Se nos paró la vida. El mundo se derrumbaba y nosotros nos enamorábamos, sin darnos cuenta de lo que pasaba a nuestro alrededor. Y de pronto todo se detuvo. Algo se movía a lo lejos, algo que aceleraba los minutos y los relojes, pero no lo viste venir. Y entonces, la bofetada en la cara. El frenazo brusco. La pausa. La calma impuesta. El qué hacemos ahora. El silencio absoluto.

Se nos paró la vida pero no pasó nada. Nos quedamos en un vacío extraño. Ausente. El mundo no se detuvo ni un momento. Pero nosotros sí. O no. Nos quitaron la rutina pero no fuimos capaces de parar. Inventábamos mareas para seguir viviendo. Nos ahogábamos en los planes que queríamos hacer y a los que no lográbamos llegar. Pero seguimos adelante.

Se nos paró la vida. La que conocíamos hasta el momento. La que vivíamos sin darnos cuenta. Llegó el azahar. Llegó esta primavera, no hay quien la entienda, empeñada en venir. Llegó el mes de abril con sus aromas, y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

Se nos paró la vida y nos miramos a los ojos. Sentimos al vecino a través de las paredes. Descubrimos gorriones tras el cristal y sonidos lejanos que ahora venían de los árboles de la ventana. Miramos las nubes, el cielo, la misma calle día tras día. Y encontramos pequeños detalles que nos hacían sonreir. En el bucle infinito en el que nos encerraron nos hicimos fuertes. Un poquito cada día, casi imperceptible.

Se nos paró la vida. Nos inventamos otra.