De: fgl@flashmail.com
Para: gabrielcano@flashmail.com
Fecha: 5 June 2007. 17:00
Asunto: Agradecimiento eterno

            Mi buen amigo Gabino:
            Te agradezco enormemente tu ayuda con mi empresa en esta ciudad nueva para mĆ­. ¡Ah, amigo del alma! ¡CĆ³mo aƱoro ya, sin haberla dejado aĆŗn, esta casa… El sonido del rĆ­o que corre a su espalda, la silueta del monte, con los volantes blancos de su falda! Mira que todavĆ­a me arrepiento… la aƱoranza es mala compaƱƭa, Gabino. Nunca deja de acecharnos. Isabelita te envĆ­a muchos besos. Dice que aĆŗn recuerda los caramelos que le dabas y las pajaritas de papel que le hacĆ­as. Yo le digo que es imposible, que era muy pequeƱa para eso.. Ella se rĆ­e, me llama tonto y cascabelea su carcajada en el aire. Me dice: ¡CĆ”llate, poeta! Poeta yo, Gabino… yo que me desvivĆ­a por la mĆŗsica, con las clases que me daba don Antonio Segura. Yo que no he sido capaz de terminar la carrera…¡Poeta!
            No quiero extenderme mĆ”s en mis devaneos, pues el objeto de esta misiva era agradecerte tu favor y, sobre todo, ser breve.
Recibe el mayor de los abrazos de tu amigo que te aprecia. Te saluda,
Federico



De: gabrielcano@flashmail.com
Para: fgl@flahsmail.com
Fecha: 12 June 2007, 19:37
Asunto: RE: Agradecimiento eterno

            Estimado seƱor Federico,
            No tengo el placer de conocerle en persona, y no tengo por nombre Gabino sino Gabriel. Sin duda un error al anotar o escribir la direcciĆ³n del remitente de su carta han hecho que Ć©sta haya llegado a mis manos. Con Correos esto no pasa… y no es amor al trabajo, se lo aseguro. Le contesto sĆ³lo para que sepa de su error, no vaya a ser que su amigo y usted regaƱen po no recibir su efusiva nota de agradecimiento.
            Atentamente,
            Gabriel Cano



De: fgl@flashmail.com
Para: gabrielcano@flashmail.com
Fecha: 19 June 2007. 17:00
Asunto: Mi buen ArcƔngel salvador

            Mi apreciado Gabriel,
            Me presento ante usted como un desolado Gerineldo chopinesco en una Ć©poca odiosa y despreciable en la que las cartas vuelas por no se sabe muy bien dĆ³nde, como un compaƱero lleno de tristeza que no puede sino disculparse miles y miles de veces por la intromisiĆ³n en su espacio privado. Sepa que no lo hice adrede, ¡lĆ­breme Dios! Pero como bien me indicaba usted, un equĆ­voco, una r que quiso rugir en el pecho de mi buen Gabino hizo que el coloquial Gabi con el que lo conocemos familiarmente se convirtiese en Gabriel… ¡CĆ³mo resuena esa erre en mi cabeza al pensar en ella! ¡QuĆ© osadĆ­a interponerse en mi camino! Sin embargo, permĆ­tame manifestarle mi jĆŗbilo al saber que al menos mi envĆ­o no se perdiĆ³ en el camino y encontrĆ³ unos ojos amables que dieran sentido a mis palabras. Porque usted, que intuyo por su expresiĆ³n, que es cartero, me entenderĆ” mejor que nadie. ¿QuĆ© es una carta sin su destinatario? Es cierto que a veces la usamos como desahogo personal, que dejamos correr la pluma como quien suelta la lengua ante un amigo o un confesor, sĆ³lo con la intenciĆ³n de abandonar un pesado lastre que nos oprime el alma. Pero aĆŗn asĆ­, tiene destinatario. Aunque despuĆ©s acabe siendo pasto de las llamas o la hagamos trizas. Sin embargo, yo hablaba de las cartas de verdad, escritas con el corazĆ³n, ya me dirĆ” usted, Gabriel, ArcĆ”ngel anunciador, quĆ© serĆ” de ellas sin un destinatario que sepa otorgarle el verdadero significado.
            Espero que no le importune que le haya vuelto a escribir, auque, siendo fiel a la realidad, Ć©sta es la primera vez que le escribo a usted. Y no quiero desaprovechar estas lĆ­neas que he tenido el descaro de dirigirle para interesarme fervientemente por su labor. DĆ©jeme decirle que me siento fascinado por su profesiĆ³n y que para mĆ­, merece el mayor de los respetos. Y su nombre bĆ­blico no podrĆ­a ser mĆ”s apropiado. ¡Oh, Gabriel, Gabriel, mensajero de mis sueƱos, custodio de mis miedos y mis letras…! ¿CuĆ”ndo traerĆ” una carta para mĆ­?
            Recuerdo mi niƱez, allĆ” en la Vega granadina, cuando esperaba la llegada del cartero, un seƱor ya mayor, al que las canas comĆ­an la piel. Esperaba y esperaba, sabiendo que no tendrĆ­a nada para mĆ­. Pero sin embargo, me embrujaba el poder que don Lucas (¡asĆ­ se llamaba nuestro apreciado cartero!) poseĆ­a. TenĆ­a el don de poner en contacto a hombres que no se podĆ­an hablar debido al abismo de kilĆ³metros que los separaba. Y si Ć©l no venĆ­a, los que vivĆ­an lejos dejaban de existir. No habĆ­a nadie mĆ”s omnipotente que el seƱor artero: TraĆ­a palabras de aquel dĆ­a que marchĆ³ lejos y de la prima a la que jamĆ”s volvimos a ver salvo por retratos que primorosamente nos remitĆ­a en un sobre lacrado. ¡CĆ³mo temblaba de emociĆ³n al contemplar los sellos!
Pero no quiero hablar de mĆ­. Mi estimadĆ­simo seƱor Gabriel, quiero que me narre, pormenorizadamente, sin escatimar detalles, (¡tengo tanto tiempo libre!) cĆ³mo es su trabajo. Y por favor, no sea parco en palabras. Deje volar la pluma, cuĆ©nteme sus miedos, sus anhelos, ¿en quĆ© piensa cuando recorre las calles? Cambiemos los papeles por un dĆ­a. Sea usted quien escribe y yo el papel sobre el que vierte sus pensamientos. ¡O mejor aĆŗn! ¡Sea yo el destinatario de sus cartas! EscrĆ­bame a mĆ­, a Federico. Ya conoce mis seƱas, pudo escribirme una vez, asĆ­ que ahora no le serĆ” difĆ­cil. Y, por favor, cuĆ©ntemelo todo. ¡Todo! Mi corazĆ³n late con fuerza mientras espero su carta, ¿no lo oye cronometrar los segundos?
Reciba un abrazo apretadĆ­simo de
Federico



De: gabrielcano@flashmail.com
Para: fgl@flashmail.com
Fecha: 26 June 2007. 23:15
Asunto: RE: Mi buen ArcƔngel salvador

            Estimado Federico.
Me sorprende su entusiasmo. ¿No serĆ” usted un detective privado contratado por mi jefe par investigar quĆ© hago en mis horas libres? O eso o es usted un paparazzi… Creo que jamĆ”s encontrĆ© a una persona tan cotilla. Y nunca me habĆ­a cruzado con nadie que se declarase admirador del buen hacer de los carteros. Creo que es de las pocas personas que comprenden cuĆ”nto de mĆ”gico y hermoso tiene mi trabajo. PodrĆ­a ponerme a contarle ahora anĆ©cdotas y curiosidades que seguramente usted escucharĆ­a con agrado pero, entiĆ©ndame. No sĆ© nada de usted, asĆ­ que, para demostrarme su buena fe (perdone mi desconfianza, pero en estos tiempos, y por estos medios… nunca se sabe), ¿quĆ© tal si hacemos un intercambio? Usted me cuenta algo de su vida y yo le cuento algo de la mĆ­a. He de reconocer que su palabrerĆ­a me ha picado la curiosidad… Se encuentra poca ante hoy dĆ­a que escriba como usted lo hace. ¡QuĆ© don tiene para expresarse! Espero su respuesta.
            Reciba un saludo,
            Gabriel Cano



De: fgl@flashmail.com
Para: gabrielcano@flashmail.com
Fecha: 3 July 2007 17:00
Asunto: Quid Pro Quo

            QueridĆ­simo Gabriel,
            No tenga usted que disculparse por nada. Entiendo que le sorprenda que una persona como yo, un desconocido sea tan preguntĆ³n, ¡oh, maldito anonimato que hace que las personas desconfĆ­en aĆŗn si haberse mirado a los ojos! ¿CĆ³mo osa pensar asĆ­ de mĆ­ cuando aĆŗn no hemos establecido una correspondencia sincera? ¿No tengo derecho a la presunciĆ³n de inocencia? Pero me place su oferta. AsĆ­ que, si sus deseos son esos, oh apreciado ArcĆ”ngel, no puedo yo negarme a complacerlo.
            Me encuentro ahora ante una cuartilla en blanco. Y no sĆ© cĆ³mo llenarla… Se me resisten los trazos. Don Manuel decĆ­a que yo tenĆ­a un don innato para la mĆŗsica, aunque me empeƱase en llenar de palabras a veces inconexas hojas y hojas. Y ahora es cuando veo que tal vez lleve razĆ³n. ¡No soy capaz de describirme para un desconocido! Porque todo el mundo se empeƱa en hablar de mĆ­, en retratarme, pero soy extremadamente inepto como para encontrar unas palabras que sean de su agrado. Porque en el fondo no quiero sino eso… agradarle. Para que usted siga contĆ”ndome de su oficio. ¿De quĆ© me servirĆ­a describirme fielmente si la imagen que recibe de mĆ­ no es tomada como correcta? ¿QuĆ© dato clave, quĆ© detalle sublime le harĆ­a sentarse a escribirme de nuevo?
            Soy el frustrado autor del manifiesto antiartĆ­stico, el que intenta hacer poemas putrefactos, soy un ser que vomita anaglifos sin cesar (le regalo uno:
            La tonta,
            la tonta,
            la gallina
            y por ahĆ­ debe andar un enjambre.)
soy un mĆŗsico sin instrumento, soy un amante sin ser a quien amar, soy un espĆ­ritu encerrado en un cuerpo, soy el hijo de la luna, el negro del toro, el caminante torpe y lento, muy lento, tan lento que el tiempo me alcanza y mi vida pasa mĆ”s rĆ”pida que la de los demĆ”s, soy el eterno don Carnal sin disfraz, soy un moro en la Alambra, un judĆ­o en CĆ³rdoba, un cristiano en Castilla… soy un niƱo que come naranjas, un lector empedernido, un poeta sin pluma, un habitante sin buzĆ³n…
            Ese soy yo. Todos y ninguno. Este intento de desnudo me ha parecido casi pornogrĆ”fico… ¿QuiĆ©n soy yo para decir quiĆ©n soy? ¿No dirĆ© acaso lo que yo quiera que usted piense de mĆ­? Oh, Gabriel, Gabriel, mi buen amigo (si es que su desconfianza da permiso para que lo llame asĆ­). Usted que no me conoce, que desconfĆ­a de mĆ­… ¿ha pensado en cĆ³mo va a creerme? ¿es posible que usted, despuĆ©s de establecer correspondencia conmigo, sea capaz de sentir satisfecha su suspicacia y pase a abrir su corazĆ³n para hablar conmigo? No… no creo. Ahora sĆ³lo siento una grandĆ­sima inquietud. Inquietud de saber, porque saber, si usted no lo habĆ­a pensado, Gabriel, es vivir. Es triste que los golpes que uno recibe sean su semilla y la escala de su luz… Pero ¿quĆ© pretendo yo con esto? No estoy mostrĆ”ndole mĆ”s que una marioneta. Un tĆ­tere… como esos que manejaba en casa y miraban con alegrĆ­a los niƱos vendedores de periĆ³dicos y los ricos con sus bucles en la cara… ¿En serio cree usted que va a conocerme? ¿O sĆ³lo va a conocer el reflejo de lo que yo quiera mostrarle? El que yo le relate, segĆŗn mi estado de Ć”nimo. SegĆŗn lo bromista que estĆ© ese dĆ­a, o lo agĆ³nico que mi ser se encuentre… Gabriel, Gabriel, no sĆ© si fue tan buena idea iniciar correspondencia. Pero quiso el destino que nuestras vidas se cruzasen… sea Ć©l quien las descruce.
            Reciba un afectuosĆ­simo abrazo de
            Federico



De: gabrielcano@flashmail.com
Para: fgl@flashmail.com
Fecha: 10 July 2007 23:59
Asunto: RE: Quid Pro Quo

            Estimado Federico:
            Me desconciertan sus palabras. No sĆ© si es un loco, un manĆ­aco o simplemente un conocido que se estĆ” quedando conmigo. Pero he de confesarle que e embelesan sus palabras. Esa idea de la marioneta… ¡cuĆ”nta razĆ³n lleva! En el fondo no somos mĆ”s que el residuo de lo que mostramos a los demĆ”s. Una persona no es buena por sĆ­ misma. Es buena porque quiere que los demĆ”s la sientan como buena. Y como usted bien dice, no somos sino marionetas en manos de no se sabe quien.
            Pero, ¿sabe lo que mĆ”s me desconcierta de usted, lo que hace que semana a semana mire el buzĆ³n? Sus reflexiones, sus palabras y la manera de trazarlas. Por el amor de Dios, ¿se lee cuando escribe? No parece habitar el mismo mundo que el resto de los mortales. En estos tiempos acelerados de consumo vertiginoso y comunicaciones instantĆ”neas… ¿cĆ³mo sigue expresĆ”ndose asĆ­? Casi me atreverĆ­a a jurar que no sabe usted lo que es un emoticono… y eso me gusta. ¡AĆŗn hay gente pura en el mundo! CrĆ©ame, llevo mĆ”s de veinte aƱos en el oficio y usted ha sido la primera persona que me ha hecho ver que estoy aquĆ­ por algo y no sĆ³lo como un mero elemento de una cadena comunicativa de la que no me siento parte. El trabajo de un cartero puede parecer romĆ”ntico para quien se lo cree, pero todos caen bajo el peso del dinero. Poderoso caballero, decĆ­a GĆ³ngora. Pero yo, al principio, no pensaba en ello. Como casi todo el mundo a esa edad. Me movĆ­a por pasiones. No puedo contarle la satisfacciĆ³n que se siente al final de la jornada, al ver el saco vacĆ­o. Una entrega en mano, acompaƱada de una sonrisa de agradecimiento es el mayor premio que uno podrĆ­a recibir. Pero parece que ya nadie se acuerda de los carteros mĆ”s que cuando le llega una factura, y crĆ©ame que casi nunca es para bien. ¿Saber por quĆ© me hice cartero? No, tĆŗ que vas a… tĆŗ… espero que no te moleste que haya trasgredido los lĆ­mites de la cortesĆ­a al comenzar a tutearte, pero la familiaridad con la que escribiste tu carta me hizo sentir que habĆ­a encontrado, ¿cĆ³mo llamarlo? ¿Sabes esa sensaciĆ³n de conocer a una persona de toda la vida, apenas comenzar a hablarle? Como te decĆ­a, descubrĆ­ mi vocaciĆ³n de cartero a los cinco aƱos, cuando el novio de mi hermana se fue a hacer el servicio militar. Ella esperaba y esperaba las cartas que nunca llegaban y siempre tenĆ­a un culpable: el cartero. Y el seƱor Mateo, que asĆ­ se llamaba el cartero de mi pueblo, le explicaba que no, que Ć©l no tenĆ­a nada que ver. Pero ella seguĆ­a insistiendo. Que no, que su novio le habĆ­a escrito ya, estaba segura de ello. Ese mismo dĆ­a decidĆ­ que me iba a hacer cartero. QuerĆ­a repartir ilusiones, servir de puente activo para personas lejanas… QuĆ© iluso… Pero, no quiero aburrirte, amigo Federico. Es una historia demasiado estĆŗpida. El caso es que aquĆ­ estoy. Cartero sin cartas… Espero saber pronto de ti.
            Un saludo,
            Gabriel



De: fgl@flashmail.com
Para: gabrielcano@flashmail.com
Fecha: 17 July 2007 17:00
Asunto: Tiempos modernos…

ApreciadĆ­simo Gabriel:
            No me importa que me tutees, ¡al contrario, con quĆ© alegrĆ­a recibĆ­ ese trato! Es sĆ­ntoma de que algo nos va acercando poco a poco. Siento que esta correspondencia se va haciendo mĆ”s cercana. En lugar de una conversaciĆ³n a distancia, me parece estar en el GijĆ³n, allĆ­ en Recoletos, degustando una buena taza de cafĆ© con unas gotas de coƱac mientras fuera hace un tiempo de mil demonios. Era la bebida ideal para las agitadas tertulias que mantenĆ­amos… Lo recuerdo como si fuese hoy. Y precisamente ha sido a raĆ­z de tu arrebato literario cuando la memoria me ha traĆ­do sinestĆ©sicamente ese recuerdo cafeinizado. Mi querido amigo Gabriel, fue Quevedo y no GĆ³ngora quien hizo tal apreciaciĆ³n del vil metal… No te perdono ese error. JamĆ”s lo harĆ©. Pero puedo vivir con ello (espero que tĆŗ tambiĆ©n).
            ¿Por quĆ© no seguiste tu relato? Cartero sin cartas… ¡Lector sin letras soy yo ahora! ¿CĆ³mo te atreves a dejarme asĆ­, con la miel en los labios? Gabriel, debes aprender que cuando inicias una narraciĆ³n por escrito siempre has de terminarla. De otra manera los personajes vagan inconexos por el limbo hasta que alguien se apiada de ellos y les da un final digno. ¡No tienes derecho a dejar asĆ­ la historia! Espero impaciente el final. Porque de tus letras intuyo, mi buen ArcĆ”ngel, que algo sucediĆ³. Tu desilusiĆ³n para con el noble oficio que ya desempeƱara Hermes con los dioses olĆ­mpicos no pudo surgir asĆ­ de pronto. No me creo, por mucho que lo jures y perjures, que una maƱana te levantases diciendo “¡Ea! Hoy me he levantado funcionario y asĆ­ me quedarĆ©”. No, amigo… algo extraƱo hubo de pasar.
            Algo que sin duda tiene que ver con estos tiempos perversos que nos ha tocado vivir. Tiempos en los que el transporte acorta las distancias de una forma vertiginosa. AĆŗn recuerdo la primera vez que pisĆ© New York. Yo que pretendĆ­a hacer un viaje digno de Ulises, a una tierra tan lejana… y ni sirenas ni cĆ­clopes hallĆ© en el camino… al contrario, las comodidades en que viajĆ©, a bordo de Olimpia fueron dignas de los dioses. ¡No me hables de tiempos modernos! El telefonema… ¿sabes lo caro que resultaba el telefonema? Salvador me llamaba a veces (claro, Ć©l que podĆ­a permitĆ­rselo ahora que sus garabatos gustaban a los que entendĆ­an de pintura), pero yo allĆ­ tan desvalido… preferĆ­a usar la pluma. La tardanza al recibir la respuesta hacĆ­a toda aquella comunicaciĆ³n mucho mĆ”s valiosa. Los regalos mĆ”s apreciados son los que no sabemos cuĆ”ndo ni cĆ³mo nos van a llegar. Lo mismo sucede con las cartas. Gabriel, ¿no me relatabas el desasosiego amoroso de tu hermana al esperar las cartas de su novio? ¡no me contaste el final! ¿RecibiĆ³ noticias del valiente soldado? ApostarĆ­a los dos brazos y media cabeza a que si finalmente tuvo respuesta, Ć©sta le hizo olvidar toda la espera y el desaliento sufrido mientras las palabras viajaban hacia sus manos. Estoy un poquito triste (un poquito nada mĆ”s) por no saber el final de esta historia. Pero dĆ©jame que termine de contarte lo que me sucediĆ³ en New York, amigo Gabriel. Paseando por las avenidas de esa ciudad (enormes, inmensas pero… sin alma), descubrĆ­ con espanto un cartel que decĆ­a algo asĆ­ como ¡EnvĆ­e telegramas, no escriba! (te lo pongo en espaƱol aunque, como es normal, allĆ­ estaba escrito en inglĆ©s. AdemĆ”s, tĆŗ deberĆ­as saber idiomas, ¿no, mi polĆ­glota arcĆ”ngel?). la idea me cautivo. El telegrama era mucho mĆ”s rĆ”pido, llegaba raudo a su destino. Las horas agĆ³nicas sin saber nada de los seres queridos se reducĆ­an. Y he de confesarte que lo utilicĆ©. Hasta que descubrĆ­ que, a fuerza de acortar las palabras, no enviaba sentimientos, sino meras letras engarzadas unas a otras que una vez leĆ­das se deshacĆ­an en el recuerdo. Se perdĆ­an. MorĆ­an. Y me aterraba la idea de que las palabras pudieran morir. ¿IrĆ­an al ParaĆ­so esas letras para formar nuevos mundos? ¿Se derretirĆ­an eternamente en el Infierno? Letras muertas.. ¡y yo era su asesino! Hoy estoy un poco tonto y muy poeta… asĆ­ que no me tomes muy en serio pues cuando las musas me atacan me vuelvo un poco idiota. ¿Me escribirĆ”s? SerĆ­a muy triste que no lo hicieras sabiendo lo mucho que aprecio tu correspondencia.
            Un abrazo y requeteabrazo de
            Federico



De: gabrielcano@flashmail.com
Para: fgl@flashmail.com
Fecha: 24 July 2007 15:59
Asunto: RE: Tiempos modernos

            Apreciado Federico,
            Mil perdones te pido por la patada tan grande que le peguĆ© a la Historia de la Literatura. Aunque yo jurarĆ­a que Quevedo era el seƱor del soneto de Violante (o quizĆ”s me equivoque y ese sea Lope de Vega o incluso Cervantes…) Sinceramente he leĆ­do muy poca poesĆ­a (espero que esto no eche a perder nuestra amistad). Prefiero una buena novela, los versos y yo nunca terminamos en relaciones afables.
            ¿Te asustan los telegramas, Federico? Al menos tĆŗ le dabas un uso digno. Aunque matases a las palabras… los usabas para darle un buen fin. Si supieras la de telegramas que he entregado en los Ćŗltimos aƱos, todos con la misma noticia… Le acompaƱo en el sentimiento.Stop.Marga. Mi mĆ”s sentido pĆ©same.Stop.Antonio. Siento mucho la pĆ©rdida de su esposo.Stop.No somos nadie.Stop.AgustĆ­n. Es curioso que la gente que estĆ” lejos utilice el telegrama para no dar la cara… ¿Por quĆ© no usan el telĆ©fono? Para preguntar cualquier pamplina se apresuran a marcar los nĆŗmeros, esperando encontrar una voz conocida al otro lado del aparato. Pero cuando la calidez de la voz es necesaria para reconformar al oro… ¡recurren al telegrama! ¿Y sabe quĆ© pasa en ese momento? Que la gente asocia al cartero con las malas noticias. PasĆ© de ser el que portaba las buenas nuevas al que traĆ­a mensajes de condolencia vacĆ­os de sentido y sensibilidad (ademĆ”s de las facturas del banco). Nadie usa el telegrama para decir Te quiero.Stop.Te extraƱo.Stop. Te amo.Stop.J.A. Para eso tenemos el telĆ©fono. O ese desdichado invento del siglo XXI… ComunicaciĆ³n instantĆ”nea, decĆ­an. ¡IncomunicaciĆ³n instantĆ”nea mĆ”s bien! ¿DecĆ­as que matabas a las letras? No, Federico, tĆŗ no sabes lo que es un asesinato de una letra. TĆŗ escribes todas las palabras completas. TĆŗ sabes que las palabras estĆ”n formadas por sĆ­labas, que las sĆ­labas se componen de letras y que las letras son la base fundamental de la comunicaciĆ³n. Que todas las letras tienen el mismo valor. Pero la gente no. La gente aboga por la comodidad, por la rapidez. Y no se sonrojan si escriben Toi bn.Vn a vrm prnto xfa. T exo d-. ¡JeroglĆ­ficos! ¿Sabes por quĆ©? Porque el intermediario ya no existe apenas. Aunque sĆ³lo fuera por el mero hecho de que habĆ­a un cartero encargado de hacer llegar a un destino la carta, un cartero que a veces tenĆ­a que leer el mensaje porque el destinatario no sabĆ­a, la gente se esmeraba mĆ”s en lo que escribĆ­a. PonĆ­a mĆ”s sentimiento. MĆ”s cuidado. MĆ”s pasiĆ³n. MĆ”s…alma. Pero hoy no hay tiempo para ello. AdemĆ”s, como los carteros y apenas servimos… ¡Hace aƱos que no entrego una carta manuscrita, de las de verdad! ¡¡AƑOS, Federico!! Los Ćŗnicos que siguen confiando en nosotros son los bancos. ¡Claro, carecen de sentimientos! ¡Que otro entregue el mensaje! Que las miradas de odio de los clientes recaigan sobre el pobre cartero que se limita a cumplir su funciĆ³n… Hoy tengo un mal dĆ­a. Siento transmitirte mi malestar.
            Recibe un abrazo,
            Gabriel



De: fgl@flashmail.com
Para: gabrielcano@flashmail.com
Fecha: 31 July 2007 17:00
Asunto: Recuerdo una brisa triste…

ApreciadĆ­simo Gabriel:
La Muerte. Tan presente, tan poderosa, tan irreversible, tan humana… QuĆ© sentimiento mĆ”s potente has venido a tocar, amigo mĆ­o. ¡Las Moiras controlan nuestra vida y la implacable tijera de Ɓtropo pone fin a nuestra existencia como si de un simple hilo de bordar se tratase! AsĆ­ de frĆ”giles somos. Hilos. Sin mĆ”s. La muerte que nos persigue y se nos cuela en la vida pidiendo permiso educadamente

¡Dejadme entrar!
Vengo helada
por paredes y cristales
abrid tejados y pechos…

¡Ay, Gabriel! SĆ© que tu intenciĆ³n no contagiarme tu pesar, pero me has ha recordado, sin tĆŗ quererlo, y lo sĆ© bien, la muerte de un gran amigo. ¿QuĆ© serĆ” de ti ahora, querido Ignacio…? ¿CuĆ”ndo volveremos a vernos y a debatir tan intensamente como lo hacĆ­amos antes? Recuerdo una brisa triste por los olivos el dĆ­a que te marchaste… ¿Por quĆ© estuviste que hacerlo? SabĆ­as lo que esperaba, ¡bien que lo sabĆ­as! Tu recuerdo ahora por alcobas y zaguanes… AllĆ” donde vuelto te encuentro, Ignacio. ¡Ah, Gabriel! Si lo hubiese conocido estoy seguro de que te agradarĆ­a conversar con Ć©l tanto como conmigo. Sus cartas eran extensas, al igual que su sonrisa y sus pensamientos. Era andaluz, como yo. Un andaluz claro, elegante como no habrĆ” otro igual. Y de pronto, se muriĆ³ para siempre, Gabriel. Sin avisarnos. Sin dejarnos una carta, un telegrama, algo que nos preparase para la triste noticia. Porque ni para eso nos sirven las letras, Gabriel, para anunciar a nuestros seres queridos que los vamos a dejar… ¿Has pensado alguna vez cĆ³mo serĆ” tu despedida? ¿QuĆ© le dirĆ­as a quienes dejas atrĆ”s? Yo sĆ­… pero no me atrevo a expresarlo. Si lo hiciera serĆ­a como un conjuro que me niego a recitar. No aĆŗn. ¡Lagarto, lagarto! Pero sĆ­ que he pensado, mĆ”s de una vez, quĆ© dirĆ­a a cada uno de mis seres queridos. A Isabelita, sobre todo. SĆ© que llorarĆ­a tanto… ¿LlevarĆ­as tĆŗ esa carta, Gabriel? ¿PreferirĆ­as que los muertos se despidiesen antes de morir usando el correo? No creo que entonces tu trabajo te agradase tanto… QuerĆ­as un empleo lleno de romanticismo, por eso te hiciste cartero, ¿cierto? Pues aquĆ­ tengo la soluciĆ³n. ¿QuĆ© serĆ­a mĆ”s romĆ”ntico que eso? ¿No te gusta mi idea, Gabriel? La niƱa del estanque podrĆ­a escribir a sus padres y contarles su dulce muerte bajo las manzanas, los asesinados de Brooklyn aclararĆ­an que no fue tan espantoso, que el corazĆ³n se parĆ³ apenas la grieta se abriĆ³ en la mejilla y el enamorado confesarĆ­a que por fin estĆ” muerto de amor, que ha sido el ruiseƱor quien se llevĆ³ su alma…
            Gabriel… las cartas son necesarias para los vivos, pero ¿y para los muertos? ¿Y para la Muerte? ¿Y si antes de recogernos Ella nos escribiese una carta? No te atreverĆ­as a entregarla, seguro… Me dirĆ”s que si mi descabellada idea fuese posible, la gente asociarĆ­a a los carteros con la Muerte misma y no querrĆ­a ver a ninguno. Pero no creo que sea asĆ­. Morir es un estado tan natural como dormir, reĆ­r o soƱar. El hombre tiene que morir. Es asĆ­. Aunque nos aterre. A veces, cuando visitaba a Salvador en CadaquĆ©s me hacĆ­a el muerto en la cama. Entonces Ana MarĆ­a llegaba corriendo, histĆ©rica, y comenzaba a gritar. Yo escuchaba, no sabĆ­a muy bien si gritaba por miedo de ver un muerto o por haber perdido a un ser querido. La Muerte resulta tan escandalosa a veces… me pregunto cĆ³mo recibirĆ­amos el trĆ”nsito si la muerte nos escribiera. ¿Puedes llegar a imaginarlo, Gabriel? Tal vez asĆ­ pudiĆ©semos planificar nuestros Ćŗltimos dĆ­as. Decidir quĆ© decimos a quiĆ©n y cuĆ”ndo. AsĆ­ sabrĆ­amos con certeza quienes son los verdaderos amigos. Los que de verdad nos aprecian. Mi adorado ArcĆ”ngel… ¿tendrĆ­as cabida para mĆ­ dentro de tus Ćŗltimas palabras? Eso espero, pues de no ser asĆ­, mi amistad contigo terminarĆ­a drĆ”sticamente y y de manera trĆ”gica… Mi corazĆ³n es un pozo de agua pura…
            Abrazos y buenos deseos de
            Federico



De: gabrielcano@flashmail.com
Para: fgl@flashmail.com
Fecha: 7 August 2007 1:56
Asunto: RE: Recuerdo una brisa triste…

            Federico,
            Me asombran tus escritos cada dĆ­a mĆ”s. ¿Una carta de la muerte? ¿Cartas de los muertos a los vivos? ¿Cartas de los muertos antes de morir? Francamente, no quisiera ser yo el encargado de entregarlas. Creo que te estĆ” trastornando un poco tanta correspondencia. Al final los modernos van a tener razĆ³n y escribir tanto no va a ser bueno… Cuando todo el mundo sigue una moda es por un motivo, y la rĆ”pida extinciĆ³n de las cartas algo augura…
            Lamento mucho la pĆ©rdida de tu amigo, se nota que lo querĆ­as mucho. Te acompaƱo en el sentimiento. … Acabo de repetir todos los tĆ³picos odiados de los telegramas. ¿CĆ³mo haremos para expresarnos a travĆ©s de las palabras si Ć©stas han perdido su valor? ¿Acaso hay alguien, ademĆ”s de nosotros, que mantenga una correspondencia tan profunda y sentida? No, lamento admitirlo, pero no es asĆ­.
            Aunque por otra parte, eso me agrada. SĆ­, me agrada porque me hace sentir como aquel cartero del cine. Bueno, antes del cine fue el artero del libro. No sĆ© si conoces la historia… Maldita memoria la mĆ­a, no recuerdo el autor. Era un cartero que vivĆ­a en una isla y le llevaba la correspondencia a un poeta… es una historia muy parecida a la nuestra. El cartero hablaba con el poeta de metĆ”foras y constelaciones, le robaba versos y le pedĆ­a consejo. Eso era lo que yo creĆ­a que hacĆ­a un cartero… mĆ”s o menos: yo no me imaginaba al poeta. Pero cuando vi la pelĆ­cula creĆ­ que no estaba equivocado. Si alguien mĆ”s lo pensaba… tenĆ­a que ser cierto. Pero no, Federico. La tĆ©cnica come terreno y ya nadie se molesta en escribir una carta manuscrita. Ni siquiera a mĆ”quina. Nadie usa el sobre. Y el sello… el sello ni te cuento. Estas modernices del franqueo pagado y el sobre prefranqueado han dejado en paro al sello. ¡Las cartas no son lo que eran! La gente se ha vuelto cada vez mĆ”s egoĆ­sta y si no escribe cartas para sĆ­ misma, ¿para quiĆ©n va a hacerlo? No hay tiempo ni para reflexionar sobre el devenir cotidiano de las cosas, ¿cĆ³mo va a haberlo entonces para la escritura? Los Ćŗnicos que escriben son los poetas, Federico, y ya cada vez quedan menos.
            TĆŗ y yo, amigo, somos el Ćŗltimo bastiĆ³n que defiende la correspondencia escrita. AsĆ­ que, vamos a luchar para defenderla. ¿Te ves con fuerza para ello? Bueno, no somos los Ćŗnicos, una vez leĆ­ algo de un tal Salinas sobre esto. Pero creo que ya estĆ” muerto. AsĆ­ que, al final, sĆ³lo quedamos tĆŗ y yo. Y es un panorama desolador…
Recibe un saludo afectuoso.
            Gabriel




De: fgl@flashmail.com
Para: gabrielcano@flashmail.com
Fecha: 15 August 2007 17:00
Asunto: Si muero, dejad el balcĆ³n abierto…

            QueridĆ­simo y apreciadĆ­simo Gabriel:
            ¡No es desolador! ¡TĆŗ puedes recuperar el espĆ­ritu de la correspondencia! ¡Haz llegar cartas a todo el mundo! Escribe a tu vecino, a tu amigo, al desconocido que ves cada maƱana cuando recoges la prensa… CuĆ©ntale nuestro secreto. Que las palabras tienen vida. Que cuando las letras se unen son capaces de crear nuevos universos, que las palabras pueden matar, como mata el amor, que por una palabra en el momento justo, una persona puede vivir eternamente. ¡¡Llena los buzones de vida, oh mi ArcĆ”ngel alado!! Gabriel, ¿no te das cuenta? Eres tĆŗ la persona indicada para ello. Gabriel, mi bĆ­blico amigo… SĆ³lo tĆŗ puedes hacerlo. SĆ³lo tĆŗ, que posees el nombre del Ɓngel anunciador, heraldo celestial. ¡Toca la trompeta y anuncia la noticia! Porque yo… yo siento un deseo de llorar cada maƱana, con un llanto dulce y alegre que me inunda de tristeza.
            Yo… no sĆ© cuando marcharĆ©, pero intuyo que serĆ” pronto. Y ahora sĆ³lo quiero decir, ¡quĆ© se yo!, naranja y limĆ³n. LimĆ³n. Naranja. Muerte. Cielo. Luna. Mar. La mar no tiene naranjas… Quiero escribir palabras inconexas. Palabras que me hagan dormir poco a poco, mientras mis hilos quedan quietos para siempre…
            ¿Recuerdas mi deseo de que la Muerte nos enviase cartas? Creo que no va a ser posible… a veces me pongo demasiado poeta, creo que te lo dije alguna vez. Pero hoy quiero ser yo quien te escriba la Ćŗltima carta. Gabriel, sĆ© que estas palabras serĆ”n motivo de disgusto para ti, que no querrĆ”s volver a hablarme nunca, que me odiarĆ”s con fuerza y que incluso puede que desees mi desapariciĆ³n. Y asĆ­ serĆ”. No sĆ© cuĆ”ndo, ni como, pero quiero que sepas que todas tus palabras han quedado grabadas en mi alma. Me gustarĆ­a, como Ćŗltimo deseo, que llevases esta carta a todos mis seres queridos. No tengo ningĆŗn mensaje para ellos en particular, pero sĆ³lo con que sepan que me acordĆ© de ellos en mis Ćŗltimos momentos me bastarĆ”. Mis padres, quienes me dieron la vida, tienen mucha culpa de nuestro encuentro. ¿no lo ves, Gabriel? Sin ellos nada hubiera podido ser… Isabelita y Francisco, mis hermanos… ¡cuĆ”nto me echarĆ”n de menos! Isabelita que no llore, que estarĆ© bien… se me parte el corazĆ³n sĆ³lo de pensarlo, pero no puede ser de otra manera. Luis y Salvador, ¡Ah, cuĆ”ntas historias perdidas! Pedro, PekĆ­n Rafael, Manuel, JosĆ© MarĆ­a, don Antonio, Ana MarĆ­a, Adelina, Vicente, Gerardo, Margarita, Ignacio, JosĆ©(s), y por supuesto, Gabino. ¡Si no hubiese tenido aquel error al escribir a Gabino quĆ© hubiera sido de nosotros!
            Si muero, Gabriel, promete que seguirĆ”s con tu empresa. Ha sido un verdadero placer para mĆ­ encontrar a alguien que aĆŗn cree en las palabras. Alguien que me ha dado su vida, su tiempo y sobre todo, que me ha dado voz. Tu voz, Gabriel, queda en mĆ­ a travĆ©s de estas palabras que siempre estarĆ”n en mi memoria.
            Un abrazo sincero de tu amigo que te lleva en su corazĆ³n
            Federico



De: gabrielcano@flashmail.com
Para:fgl@flashmail.com
Fecha: 15 August 2007 19:00
Asunto: RE: Si muero, dejad el balcĆ³n abierto…

            ¿QuĆ© me estĆ”s diciendo, Federico? Reconozco que con esta Ćŗltima carta tuya me has dejado trastornado. ¿Te despides asĆ­, sin mĆ”s? No puedo creerte. No quiero. Me enfadarĆ­a mucho contigo si desaparecieses ahora de pronto. ¿Por quĆ© lo haces? ¿CĆ³mo quieres que me ponga en contacto con ttu familia? ¿Es una amenaza de suicido? Dios mĆ­o, Federico, piensa lo que haces. No soportarĆ­a llevar sobre mis hombros el peso de tu muerte. ¿En quĆ© fallĆ©? Contesta, Federico… me he sincerado contigo como nunca jamĆ”s lo habĆ­a hecho con nadie. CreĆ­a que habĆ­amos llegado a ser amigos. Un amigo no hace esto. ¿O es que tambiĆ©n desaparece la amistad en esta Ć©poca odiosa?
            EscrĆ­beme pronto. Por favor.
            Gabriel



De: gabrielcano@flashmail.com
Para: fgl@flashmail.com
Fecha: 16 August 2007 02:50
Asunto: RE: Si muero, dejad el balcĆ³n abierto…

            Federico, responde por favor. Me has asustado con tu despedida tan fĆŗnebre. Tan macabra… ¿Es que piensas dejarlo todo asĆ­? ¿Sin ni siquiera decirme quiĆ©n eres? Federico… sĆ³lo sĆ© tu nombre y un par de letras inconexas que forman tu direcciĆ³n… ¿TendrĆ© que hacer como los ladrones del cuento de Galeano? ¿TendrĆ© que reenviarme tus emails para volver a revivir la historia? ¡Necesito tener noticias tuyas!
            ¡Contesta!



De: gabrielcano@flashmail.com
Para: fgl@flashmail.com
Fecha: 18 August 2007 05:50
Asunto: RE: Si muero, dejad el balcĆ³n abierto…

            Federico (si es que verdaderamente te llamas asĆ­):
Ɖsta es la Ćŗltima carta que voy a escribirte. La llamo carta, porque sĆ© que te gustaba llamarla asĆ­. En realidad no es mĆ”s que un odioso email. No sĆ© a quĆ© jugamos, por quĆ© fuimos tan cĆ­nicos. CreĆ­a haber encontrado a una persona que me entendĆ­a, que compartĆ­a mis miedos, mis ideas… y al final, fĆ­jate. Acabamos escribiĆ©ndonos emails. Defendiendo los sellos, defendiendo los sobres, diciendo que fĆ­jate quĆ© bonito es el oficio de cartero. ¿QuĆ© vas a saber tĆŗ de un cartero? TĆŗ, que no has dado la cara. Que te despides asĆ­, simulando una muerte absurda. ¿O creĆ­as que iba a creerme de verdad que estĆ”s muerto? Lo Ćŗnico que pasa es que te has aburrido de esta farsa. Que has comprendido que “todos” somos tan borregos como todos. Me habĆ­a hecho ilusiĆ³n encontrar a una persona como tĆŗ, ¿sabes? HabĆ­a logrado evadir la realidad de estos emails. A lo largo de dos mese habĆ­a logrado no hablar de Internet. Mejor dicho, habĆ­a llegado a encontrar el lado bueno de este invento maldito, ese odioso sistema que habĆ­a terminado con el correo tradicional. CreĆ­a que me enviabas cartas de verdad. Que en realidad eras poeta. Que te llamabas Federico. Te seguĆ­ el juego, pudo resultar muy divertido. QuizĆ”s la palabra adecuada sea interesante. Productivo. Enriquecedor. Pero quisiste terminar la farsa. Muy bien, terminemos con esto. Ɖste serĆ” el Ćŗltimo email que te escribirĆ©. El carteo contigo me ha servido para organizar mis ideas. En el fondo he de agradecerte todo tu tiempo. Creaste un personaje muy bueno. Eres un gran actor, o un gran escritor, nos abrĆ­a definir quĆ© exactamente. ¿Sabes que lleguĆ© a creer que estaba escribiĆ©ndome con GarcĆ­a Lorca? ¡Iluso de mĆ­, con la de aƱos que lleva muerto! Pero se acabĆ³. Me has enseƱado una gran lecciĆ³n. El anonimato es el mejor escudo. Podemos ser quien queramos… Gracias por la revelaciĆ³n. Espero no volver a tener noticias tuyas nunca…
            AdiĆ³s.
            Gabriel



De: daemon-system@flashmail.com
Para: gabrielcano@flashmail.com
Fecha: 18 August 2007 05:51
Asunto: RE: Si muero, dejad el balcĆ³n abierto…

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En en Nieto, Miguel (ed.): Ventanas de Internet, Sevilla, atresDeditorial, 2008